Mi primera ferrata

El pasado viernes, tomé la alternativa de la mano del gran maestro Jaime, para realizar mi primera vía ferrata. Hacía ya mucho tiempo que no me colgaba de una roca, que no tenía esa sensación aérea de ser un chorizo bailarín (6a de Ibi) al estar colgado de la pared, ese insensato canguelo que te recorre el cuerpo cuando eres consciente de tu gravedad. Y qué gustazo volver a sentirlo.

Raquel en casa ya me alertaba cuando veía desempolvar mi arnés y mis mosquetones, viejos pero bien cuidados, que vivieron épocas mejores hace ya muchos, muchos años (me acuerdo ahora de Alfonso, del capitán muete, de Serragrosa con Yadira, con Rubén, de la caña rajá...ufff, hace ya más de 20 años de aquello).

Tras compartir el desayuno con los niños y llevarlos al cole, me junto allí con Jaime. Bártulos metálicos al maletero y nos dirigimos hacia Agost. De allí hacia el Rincón Bello y en seguida a los pies de la Sierra del Cid. La única vez en mi vida que había pasado por aquí fue para ir a escalar en la gran roca del Rincón Bello (entonces era adolescente y nos reíamos en el coche porque Rubén y yo veníamos de la granja y un tufillo a jabalí en celo impreganaba el coche, jajajaja)

Un par de kilómetros de pista en subida y llegamos a los pies de la via ferrata. Reconozco que desde lejos me acojonó un poco (la falta de costumbre). Empezamos. Trepamos. Mosquetón por aquí, cinta por allá, pié por aquí, mano por allá. Te foto. Te grabo. Me fotas. Risas. Sonrisas.

Reposar colgado de la pared, ya tranquilo, en buena compañía, y disfrutar del paraje que nos rodeaba fue el mejor momento.

Sin darnos cuenta hacemos cima. Nos fotamos más, barrita y ala, a trotar.

Y entonces decidimos recorrernos la sierra hasta la otra punta. Descenso final por fabuloso sendero para terminar con más de 18 km.

Una fantástica aventura que sin duda quiero repetir. Y que no quiero que se me olvide.