En realidad Jaime tenía razón cuando hace unos meses nos recomendaba esta aventura. La Javalambre CMA es un evento especial, del que aunque todavía me dura el malsabor del abandono, animaré a que los buscadores de aventuras se apunten; y yo también volveré.
¿Y por qué es diferente?
- quizás porque desde el refudio de SerRa, en Alfondeguilla, Tomás y colaboradores lo montan con pocos medios y mucha voluntad, sintiéndote formar parte de una pequeña familia,
- también porque tomamos la salida un pequeño número de participantes, 31 en esta edición.
- porque los 107 kilómetros de duro recorrido pero de gran belleza es buen aliciente,
- porque no hay marcas que te dirigan durante sus 107 kilómetros, motivándote a no perder de vista el GPS y las posibilidades del camino,
- porque el avituallamiento de la cena es un bocata caliente de tortilla con jamón, y una cerveza (o lo que quieras) en el bar del pueblo mientras todos vociferan un gol de CR al Rayo.
- porque si no tienes prisa, ves amanecer en lo alto de Javalambre (y esto no lo han visto mis ojos)
- y por todo lo que seas capaz de llevarte en una aventura de tal envergadura.
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6:15 am. Preparándonos para salir de la AC. |
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El trío feliz. |
Aventura que empezó mucho antes, pero que se puso en marcha a las 7.00 a.m. en la plaza del refugio de SerRa. Todavía con los chubasqueros, nos hacemos la foto oficial y salimos con un poco de retraso. Rápidamente nos pondríamos todos de corto, porque el inicio ya es hacia arriba, como casi todos los kilómetros en esta prueba, y la tormenta iba a dar paso a una intensa y sofocante mañana. Con alegría vamos haciendo caminito. A la marcheta, subidas caminando, y cuando la pendiente cesa o la bajada no era muy técnica, al trote cochinero. Así vamos disfrutando las primeras horas de la carrera, hasta que nos chocamos con las subidas a Espadán y la Rápita. Aunque intentamos mantener el mismo ritmo, yo voy notando en el cogote, que el calorcete me está cascando de lo lindo, incluso algún calambrillo por los gemelos, así que intento hidratarme más todavía, y me hecho algún pastillajo de sales a la boca.
En los dos primeros avituallamientos cargamos a tope los depósitos de agua, nos tragamos sin pestañear algún bote de isostar o cocacola que los queridos voluntarios nos ofrecen, y yo ya tengo que ir prestando atención a los pies porque el talón derecho ya empieza a decir "mu". Coloco compeed. E intento rezar o algo parecido. Pero no es la solución.
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Con los voluntarios en la comida. |
Al avituallamiento del km 28 llegamos con hambre y algo perjudicados por el calor, pero enteros.
Nos zampamos el bocata correspondiente, Alvaro y Elias estiran un poco, y yo mientras me reviso los pies. A partir de ahora, ya no seríamos 3, sino que una querida ampolla a modo de Gremlim se nos une al grupo. Bienvenida a la fiesta.
Alvaro me enfunda el talón con esparadrapo y seguimos; pero pocos kilómetros más adelante, tenemos que hacer lo mismo con el otro pie.
Ya somos 5, demasiada gente para entenderse durante tantos kilómetros, pienso.
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Faltan dos que no salen en la foto. |
Y seguimos adelante. La sofocante mañana, como era previsible da paso a una tarde de tormentas. Mientras avanzamos podemos verlas y oirlas en las sierras de alrededor, y sabemos que tarde o temprano nos tocará. Vamos mentalizados a mojarnos, así que cuando estamos en Higueras y nos cae una buena tromba en pocos minutos, ni paramos. Nos protegemos bien, repostamos en la fuente del lavadero y seguimos.
Estamos contentos. Seguimos disfrutando. Elias tiene algún pinchazo ocasional en la rodilla que no parece ir a más, y con algún que otro antiinflamatorio (nada no permitido por la organización), va como una moto.
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Insuf prerrenal resuelta. |
Alvaro, sin llegar a embrutecerse, va lanzado, sin una queja, como por encima del bien y del mal, hasta que... chicos, que tengo ganas de mear y no meo!. Pues ya puedes beber a saco, le recomendamos, antes de que sea tarde amigo.
Y tras unas cuantas horas de repostaje forzado, vuelve a salirle el oro líquido, al principio un poco oscuro y luego más clarete. Menos mal que no fue tarde.
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Disfrutando |
Y yo, todavía disfrutando. Del reto, del entorno, de compartirlo con mis amigos... Pero ya una idea me va rondando la cabeza. Esa idea que aparece en algún momento en cualquier ultra, pero que no debes dejar que se te enquiste. La idea de abandonar.
Llega el momento de compartir un trozo de quiche. Lo traía envuelto en papel albal en la mochila. Y a Elias y a mí nos sentó genial. Alvaro prefería terminarse una barrita de nosequantasmil calorías que tardó medio ultra en digerir.
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Tras la cena en Pina. |
Y así llegamos a Pina, km 58, con bocata y cerveza en el bar del pueblo. Recargamos baterías, también las del móvil y las del GPS, y Alvaro me enfunda de nuevo los pies en Compeed y esparadrapo... pero ya no funciona igual de bien.
Salimos del pueblo en traje de noche y comiéndonos unos fantásticos pastelitos de la Pantera Rosa (todo un clásico en mis ultras) con el que consigues las sonrisas infantiles de los que te rodean. Pero a mi ya se me acaba pronto la sonrisa.
Ahora tenemos por delante muchos kilómetros de llanear, primero por carretera y luego por pista, hasta que tenemos que bajar y subir un barranco, y luego continuar llaneando.
Con cada pisada, la idea de abandonar se hace más fuerte en mi cabeza. La oculto durante muchos kilómetros, aunque supongo que se me veía en la cara. En toda esta larga etapa de 21 kilómetros, de lo poco que pude disfrutar fue cuando decidimos parar en un altiplano, apagar los frontales, y disfrutar unos instantes de la inmesidad del cielo, la claridad de la vía Láctea, la infinidad de estrellas que nos miraban.
Muchos kilómetros por delante para no seguir disfrutando. La decisión está tomada.
Cuando queda poco para llegar al avituallamiento lo suelto.
Pero no les sorprende. No intentan convencerme. Me imagino que estaba cantado. Era la decisión correcta. Muchos kilómetros apoyando mal, y todavía quedaban 30.
El que ellos fueran tan bien me ayudó a que la decisión fuera más fácil, No les hacía la más minima falta. La poca experiencia que yo ya tengo en los ultras ya no les era necesaría. Habían decidido apuntarse a un curso intensivo, y lo estaban aprobando con nota.
Sin duda quería acabar, era uno de los motivos para estar allí. Pero sólo uno más.
Lo que más lamentaba era no poder estar junto a ellos cuando vivieran lo que les quedaba por vivir. Porque los últimos kilómetros de un ultra son los mejores, los más intensamente vividos, los más emocionantes. Sabes que por mucho que te estén costando, vas enfilado a la meta y nada te va apartará de ella. La dura y larga noche, de repente, desaparece, y el sol te saluda, en este caso en la cima de Javalambre, como rindiendo pleitesía a sus reyes, y por fin, entras en meta, donde es difícil de aguantar las lágrimas.
Esto era lo que yo quería compartir con ellos.
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El 4º pasajero. |
Tuve que conformarme con que una furgoneta me llevara al refugio, después de que pasara el último grupo, con meterme en la ducha y chillar de dolor al llevarme la piel detrás del esparadrapo al quitarme las protecciones, con intentar dormitar un poco en la litera...
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Los reyes de Javalambre |
Pero al poco me planto en la puerta del refugio, con la vista hacia el GR que desciende de Javalambre, hasta que allí los veo aparecer, grandes, mucho más grandes que cuando salieron.
Me voy hacia ellos, y los abrazo, sin poder y sin querer evitar ponerme a llorar.
Ahora sí que vuelvo a disfrutar, con ellos.
Tras descansar unas horas comemos todos juntos en el refugio de Rabadá y Navarro, y a las 15 h un microbus nos lleva de vuelta a Alfondeguilla, donde termina la aventura.
Hasta la próxima.
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El motivo? Quizás demasiado reborde en la plantilla? |